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Cuando el futuro nos alcance (II): ¿nuevos ricos?

Hace dos semanas se escucho en todos los medios de comunicación que “somos un país de renta media”, que habíamos dejado de ser pobres… mi primera reacción sin más datos fue sentir pena ajena por la “puntada” de Don Ernesto Cordero; sin embargo, en una reflexión de buena fe, pareciera que la tan atormentada declaración del precandidato presidencial panista, no es del todo el disparate que pretendieron construir sus detractores, tanto de casa como extraños.

A la luz del frondoso erario público que los queretanos hemos derrochado durante los últimos diez años, la declaración del Secretario de Hacienda pudiera sostenerse sin problemas. Desde hace diez años tenemos tanta lana para gastar, que hasta podríamos ser acusados de “nuevos ricos”. Solo basta analizar los miles de millones de pesos que nuestros gobiernos estatal y municipales han utilizado en obra pública, como para pensar que –pobres, pobres, lo que se dice pobres– quien sabe si en efecto seamos, pero seguramente no nos pensamos así.

$7,000,000,000.00 (sí leyó bien) siete mil millones de pesos (cuando menos) se han invertido en helicópteros, aviones, vialidades sin ciudad alrededor, rescates monumentales, puentes magníficos, auditorios panorámicos, grandes teatros, expo centros, bibliotecas con cúpula y parques de diversiones temáticos (con mega tirolesa incluida). Durante el siglo XXI no hemos parado de obsequiarnos bienes bajo lo que podría denominarse, un profundo aspiracional colectivo… si, como ese impulso que tienen los nuevos ricos.

No, no me califiquen de retrograda o de queretanito conservador, si uno se siente de otro nivel cuando se sube a la montaña rusa del Bicentenario ¿o no?… a mí y a muchos, lo que nos inquieta es el equilibrio, la racionalidad y la transparencia de un futuro que siempre nos persigue y al que frecuentemente llegamos con un pretexto y una nueva promesa… si, así como los nuevos ricos cuando llega el remordimiento de haber tallado a la tarjeta con singular entusiasmo.

Mesura, disciplina, seriedad, ahorro y proyecto, son ideas que amenazan al político chapulín, al de la visión electorera; a ese que quiere preservarse en el poder sin importarle la profundidad y el efecto de sus decisiones. Ante nuestra flaca estructura para la planeación participativa, decidir la obra pública hoy es un ejercicio autocrático que distingue o deja “ver el cobre” de nuestra clase gobernante.

La responsabilidad en la toma de decisiones es igualmente necesaria en la pobreza que en la frugalidad. Nunca habíamos llegado a $19,000,000,000.00 (volvió a leer bien) de presupuesto estatal para un año de ejercicio; a eso súmele los ingresos propios de cada uno de los municipios metropolitanos (predial, licencias, supervisión de obras, derechos de desarrollo urbano y multas), y ya para coronar su hoja de cálculo añada el “moche” en metálico de excedentes petroleros que México consigue cada año con la ayuda de Dios y Obama … un dineral que puede aturdir al más pintado y llevarlo por el camino de la “popularidad”… si, como a los nuevos ricos…

En la próxima oportunidad de elegir a nuestros gobernantes piense en esto que le escribo. Los próximos alcaldes metropolitanos tienen una chamba por delante: compartir sus decisiones con nosotros y planear juntos el Querétaro de los próximos 30 años, aunque no nos de tiempo de construir un teleférico o una pista de esquiar que baje del Cimatario.

P.D. Le pido a los que construyeron todo eso que describo, no se sientan aludidos. Nos queda claro que aspirar a ser una metrópoli de primera no es pecado. Lo que si estuvo mal es no entrarle a un Nuevo Código Urbano ni a modificar las reglas que permitan la participación efectiva… eso también se podía arreglar…

El Arte de concertar (Segunda Parte)

Por M.N.U. y Lic. Gabriel Ballesteros Martínez
Recientemente los regidores del PRI en el Municipio de Querétaro declararon que van a proponer un reglamento para recaudar la opinión ciudadana respecto de la obra pública y el uso del suelo. La idea es de celebrarse y valdría la pena apoyarla siempre y cuando el enfoque no sea meramente  electorero,  pues la gente no es un balón para echarse una “cascarita” política contra el alcalde.
La ciudad es obra de mil y un arquitectos. Una obra inacabada que vamos dirigiendo todos,  cada cual como mejor nos parece. En esta babel,  con frecuencia se impone la ley de la selva. La del más  fuerte, la del más conectado. La del más insistente, la del más cerrado. Mi creencia particular es que podemos cambiar el modelo y construir poco a poco un diálogo sobre sistemas de participación abiertos y transparentes. ¿Quién sabe? con suerte  y no repetimos el modelo que de seguir como vamos, inexorablemente imitaremos: un D.F. chiquito, con problemas menos caros pero igual de disminuidos en cuanto a calidad de vida; una metrópoli feroz, socialmente fragmentada y muy difícil de financiar.
El diseño participativo,  es un conjunto de técnicas que nos puede ayudar a redefinir la realidad; es un modelo para estructurar el diálogo ciudadano sobre la base de propuestas urbanas que surjan legítimamente de la opinión pública.  Información, diálogo y prioridad. La obra pública no puede planearse sobre la base empírica de solo creer que es necesaria. Con frecuencia la gente quiere otra cosa antes que el puente o el auditorio.  El diseño participativo asegura que las inversiones se hagan con el mayor beneficio social posible,  pero sobre todo  con pertinencia en cuanto a su dimensión, ubicación y estructura. No hay que tener miedo a que la gente diga cómo cree que deben hacerse las cosas. La política urbana puede nutrirse del siempre sorprendente  sentido común.
A los regidores que estén diseñando la propuesta, hay que pedirles que se aseguren que las condiciones del diálogo sean parejas. Que la opinión vecinal se pida antes de que se paguen sumas cuantiosas en estudios y planos. Que la oportunidad de hacer cambios a lo propuesto sea real y que los momentos sean definidos para que ni vecinos ni autoridades puedan extorsionarse entre si.
Hay que pedirles también,  que al modelo de consulta se le incluyan técnicas  como el taller de diseño ciudadano –sin ases bajo la manga–  dejando con sinceridad que la gente exprese sus razones por necias que puedan resultar. En el caso de Arboledas que supongo seguirá en  Derechos Humanos, hubiera sido muy atinado abrir el expediente antes de iniciar los trabajos de los estacionamientos; sin embargo, no hay responsabilidad de nadie pues no es una obligación determinada;  si bien hoy aparece en la Ley de Planeación que los ciudadanos deben ser convocados a “tomar” la decisión de la obra pública, no dice ni cómo  ni cuándo.   Otro asunto “ni-ni” para la araña…
Y ya que van a dedicarse a realizar una propuesta (porque estamos seguros que no fue pura grilla municipal) les sugerimos le entren de una vez al análisis de una Procuraduría del Desarrollo Urbano como la tienen Guanajuato o Jalisco. Échenle un ojo a esta institución que más allá de un simple ombudsman urbano,  es una estructura que vertebra el desarrollo urbano en su planeación, autorización y ejecución.  No hay que darle muchas vueltas, es fácil quitarnos lo  nemboc (no- en –  mi – barrio/colonia) y también es fácil someter a la autoridad al diálogo y la transparencia… solo falta que la autoridad quiera. Si ustedes ya se comprometieron, que son la autoridad,  pues ya nada más falta ver el proyecto reglamentario para dar nuestra opinión.
P.D. Una obra de consulta sobre este tema que recomendamos,  es “La Participación en el Diseño Urbano y Arquitectónico en la Producción Social del  Habitat” del CYTED (2004), el nombre es muy apantallador pero la obra muy sencilla.


Póngale y Póngale (impuesto de plusvalías)

Por Gabriel Ballesteros Martínez
Como jugando a la pirinola,  en Querétaro hay a quienes les ha tocado toma todo y a los que nos ha salido siempre todos ponen. En materia de infraestructura y equipamiento urbano, la ausencia de planeación pública y la curiosa inobservancia del Impuesto por Obras de Utilidad Pública que precisa nuestra ley urbana, han perfilado nuestro desarrollo urbano como un ejercicio inequitativo, caprichoso y especulativo. 
Si reglas no nos faltan, lo que nos ha faltado es entendimiento, participación genuina y una dosis de buena fe. Desde 1992 tenemos vigente un impuesto de plusvalías que de aplicarse serviría para recuperar algo del dinero que gastamos en obra pública, la cual con inquietante frecuencia en los últimos 12 años solo beneficia a tantos como que los dedos de las manos nos sobrarían para contarlos.
Este impuesto, que se cuantificaría sobre el principio del mutuo acuerdo –raro en un impuesto– establece que los beneficiarios, es decir aquellos que se encuentren en la zona de influencia de una inversión pública, deberán pagar proporcionalmente. Llámese una plaza, una Ciudad de las Artes,  una Anillo Fray Junipero, un drenaje o un tubo como el acuaférico o el Acueducto II, técnicamente debemos pagar parte de lo que esta obra cueste o una proporción de lo que nos beneficia, pues nuestra propiedad –privada– forzosamente se revaluará y obtendremos, gracias al dinero de todos,  un beneficio particular.
La teoría es preciosa pero en la realidad pasa otra cosa. Este impuesto no se cobra; ni siquiera está considerado en la Ley de Ingresos del Estado de Querétaro para 2010. Ante esta curiosidad fiscal, quien escribe se puso a buscar (espero no haber omitido algún documento pues confieso no es mi área de especialidad) en los diferentes convenios de coordinación fiscal que nuestra entidad ha firmado con la SHCP y no pude encontrar uno que diga que se suspende su cobro por implicar una doble tributación al chocar este impuesto local con uno federal del que ya recibamos participaciones, como pasa con otros.
No, no lo encontré… Lo que si apareció fueron los planes parciales de desarrollo urbano de las administraciones municipales de Colón y Jalpan (2006-2009), razón por la que intuyo su vigencia,  donde mencionan que …Con la finalidad de promover la participación activa de la población en el mejoramiento de su calidad de vida, deberán promoverse programas y acciones tendientes a la realización de obras de mejoramiento en la infraestructura y los servicios públicos, procurando la gestión de fuentes de financiamiento alternativas, entre ellas, la contribución por mejoras que establece la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en su artículo 115 fracción IV y el Código Urbano en su Título Quinto Capítulo III relativo al Impuesto por obras de utilidad pública urbana”. 
Sé que habrá quien se pregunte ¿¡cómo qué más impuestos!? pero querido lector, no se alarme, de todas formas paga Usted  de algún modo, ya sea aquí o en el ámbito federal,  pues de algún lado han salido los 17 mil 500 millones de pesos del presupuesto del Estado de Querétaro para este año, de los cuales para obra pública se destina cerca del 6%.
Tanto la especulación de suelos como la charrería parecieran ser  nuestros orgullosos deportes nacionales. La Zona Metropolitana de la Ciudad Querétaro,  como casi todas las ciudades medias en crecimiento del país, resultan escenarios mundialistas donde podemos identificar a los mejores exponentes de estas disciplinas. Que se hagan negocios, que bueno; no tenemos nada contra ellos, pero tampoco porque aplaudirles. Entiendo bien que crean empleo y mueven la economía; sin embargo, impuestos como el inobservado que motiva esta entrega, tienen el objetivo de que el erario público se recupere para que no se eleve el predial; para no tener que andar pidiendo créditos a BANOBRAS o inventando impuestos sobre nóminas que solo regraban al que de por sí ya le pone para poder hacer la Ciudad.  
Si mediante un impuesto razonable y construido de común acuerdo como señala nuestro Código Urbano actual,  metemos al presupuesto el concepto de la plusvalía,  todos ganamos, pues ese beneficio –convertido en dinero–  en lugar de irse por el lado obscuro de la fuerza, sería etiquetado de manera negociada en el Congreso y se aplicaría donde la planeación del desarrollo lo considere conveniente.
Si la idea es que la planeación sea participativa, ¿qué miedo podríamos tener de equivocarnos? Ahora que vamos a tocar el Código Urbano porqué no jugamos al póngale y póngale en lugar de todos ponen y yo gano. Como ve?.