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Vargas Llosa no tiene nada que ver

Por Gabriel Ballesteros Martínez
Respecto del anteproyecto del Nuevo  Código Urbano y su próxima presentación al Ejecutivo del Estado,  después de una breve — brevísima  y casi secreta – “consulta pública”, Mario Vargas Llosa no tiene nada que ver, eso es seguro. Sin embargo ante el regocijo de las letras latinoamericanas por el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a este peruano de excepción,  este columnista ruega a ustedes aceptar una pausa de los asuntos urbanos para compartir la portentosa experiencia de leer al autor de la Fiesta del Chivo y El Paraíso en la Otra Esquina.  
El maestro de los vasos comunicantes, técnica  que expone la truculenta estrategia del narrador y político para entrelazar historias a destiempo en sus novelas, siempre nos regala una abundante lista de personajes reales,   frecuentemente más bien surrealistas. Leerlo con un cuaderno de notas no es una mala idea para quien quiere aventurarse en el laberíntico collage de hombres y mujeres esculpidos en  presente,  pasado y futuro. Como cuando la niña Cabral, aquella mozuela ofrecida al prohombre,  vuelve a la República Dominicana y narra cómo el roce con Leonidas Trujillo fastidió su vida, la tiene marcada y la seguirá ensombreciendo porque está segura de no poder perdonar a su padre. En algunos párrafos los tres tiempos intensamente mezclados llegan a marear al lector que no sabe si Ramses vive, ha muerto o sigue siendo el mocoso primogénito del Dictador.
Mientras que las letras hispanas han sido reconocidas nuevamente,  la realidad política que con frecuencia reflejan, sigue siendo una fuente interminable de musas que inspiran la crítica de elocuentes escribanos del Perú, España  y México. Lamentable pero cierto,  la política y la manera como nos prodigamos el poder en las tierras del  centro y Sudamérica no es más que un revolvente círculo,  donde quien se encumbra entre ideales y acusaciones, se va de la silla por la puerta de atrás y con los bolsillos llenos, si es que no le dan un golpe de estado.
Vargas Llosa no tiene nada que ver, eso es seguro. Que va a saber el nuevo nobel de los negocios inmobiliarios que están ensanchando las metrópolis mexicanas y de los cuales surge el dinero para patrocinar la vida electoral nacional; sin embrago,  en su obra se advierte siempre una preocupación por desterrar lo corrupto de nuestro DNA y someter el abuso del poder a la transparencia; su grito permanente para impedir que se siga socavando el enorme potencial americano.
Quien se expresara alguna vez sobre nuestro sistema político como la dictadura perfecta o la “dictablanda”, hoy es reconocido por la persistencia de una obra que entre prostitutas y trogloditas, expone a lo largo de casi 50 años un gran amor por lo que somos;  por la profunda vocación latinoamericana para el desorden y la autolimitación. Su premio es hoy una llamada de atención pública a reflexionar sobre la seguridad que tendríamos de vivir plenamente en la  institucionalidad y la razón de las normas. Deducir el cómo  nos toca a nosotros, Vargas Llosa insisto, no tiene nada que ver.
P.D. Se me hace que las banquetas del cruce principal bajo Bernardo Quintana en el nuevo Distribuidor Bicentenario  se las ahorraron igual que la vuelta a la izquierda para ir del Qiu hacia el Corregidora (¿?).