Loyola y los Acuerdos

Por MNU y Lic. Gabriel Ballesteros Martínez
Ocioso que luego es uno viendo una de las transmisiones desde Londres me quede pensando ¿Qué tiene ese pueblo que no tengamos nosotros para haber logrado los acuerdos necesarios para tener la Ciudad que tienen? Vinieron a mi mente una avalancha de respuestas, entre otras: dinero, historia, coraje, gusto, clase…
En un primer momento quedé conforme pero después, necio desde chiquito, le di otra vuelta al tema. ¿Dinero? Pues eso depende de cuantos sean y como lo gasten: tema presupuestal, asunto de orden y calendarios, no lo veo como factor determinante, me dije. ¿Será el peso de la historia? Y categórico reflexioné –pues nosotros tenemos una, si más cortita, pero igual o más intensa— Camino Real, Cuna de la Independencia, Sitio de la República y fin de la Revolución.  

Luego pensé en el coraje y me dije en tono paternal: ese es atemporal; es signo de cada generación, mueca efímera ante las situaciones. Más bien, concluí, la idea a razonar debe ser, amor propio… Pasé después al tema del gusto y la clase. Pensé en lo diferentes que somos de un londinense cualquiera y me llevé a mi mismo, valiente, a la conjetura que de ninguna manera carecemos de la oportunidad de mostrar gusto o clase. Fue cruel de mi parte darme con ese palo, pues luego caí en la cuenta de que con Doña Elba Esther al mando de la educación nacional y con la familia peluche como modelo, es un tanto arrogante ponerse tan sácale punta…

Pero no desfallecí; sobrepuesto revisé en mi mente la clase y el gusto de nuestros ancestros. La gallardía de Tulum cuidando el Caribe; la armonía y el romanticismo de Uxmal o la magnificencia de la Gran Tenochtitlan que dejó mudos a los frailes educados de aquella Europa, que ya era E-u-r-o-p-a por entonces.

¿Sería el mestizaje entonces? Y otra vez lo negué rotundamente al recordar nuestros conventos, nuestras casonas señoriales. ¿Será la era tecnológica? pero nuestros recintos del siglo veinte y veintiuno pensados por Barraganes, Teodoros González de León, Artigas y similares –muy mexicanos—me alejaron de esa idea.

¡Será el agua! concluí, como decían nuestras abuelas queretanas cuando ya no había más que decir… Lo que si me puedo explicar es que lo que no tenemos son acuerdos. Nos falta presente colectivo. Nos falta creer en nosotros.

Sin acuerdos no hay instituciones y sin instituciones no hay ciudades bellas, funcionales y ya después, si tu amable lector me permites el adjetivo, grandiosas. Sin acuerdos las ciudades contemporáneas nos están quedando así… chaparras y extendidas sin nada que nos haga sentir por ellas orgullo y pertenencia. Pinchitas; sin chiste, sin gracia.

No se trata de aspirar a 400 kilómetros de subterraneo ni a hacer del transporte colectivo un ícono nacional de dos pisos. No se trata de un bombín o volvernos puntuales; se trata de representarnos en la Ciudad con orgullo y que la Ciudad nos represente como aspiramos a ser. Se trata de asumir un carácter –que si tenemos– pero que nos lo negamos por falta de interés, de impulso, de motivo claro. Por falta de acuerdos.

Anticipo desde esta columna las decisiones que intuyo acertadas, habrá de tomar el Presidente Municipal Electo Roberto Loyola Vera para conducir al IMPLAN hacia su postergada gloria; presiento el rescate de la queretaneidad con visión de barrio; avisoro detalles en el espacio público que nos dejarán una grata impresión y menos vacíos urbanos. Presumo la conclusión, de una buena vez, de la multifactorial reforma al transporte público de la Capital.

Yo como queretano y con un dejo de realismo no aspiro a más en 36 meses. Espero y quiero pronto acuerdos. Acuerdos para recuperar el gusto y el orgullo de hacer ciudad y no solo negocios de suelo.

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